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Hace miles de años, en un pasado muy muy lejano, donde los monos todavía reinaban sobre nuestro planeta, La Divinidad se apareció en los cielos grises de un lugar llamado Castrilius (actualmente denominado O Castrillón). Rodeado de un séquito de ángeles, arcángeles y otros seres inóspitos de ese mundo al que llamamos cielo, el Dios Juan, dueño y señor del mundo y el universo, descendió de los cielos hasta la cota más baja de una neblina. Allí, en la montaña de Castrilius levantó un dedo de su mano derecha. Señaló hacia una roca y creó. El primer ser presidencial había sido creado por el señor de los presidentes, Dios de Dioses. Totalmente desnudo, el que más tarde sería llamado Marce Linó fue alcanzando diversas formas a lo largo de los siglos. Pasado y presente se pueden unir y alcanzaremos la misma persona. Aquel viejo Marce Linó es hoy nuestro Marcelino, último descendiente de la estirpe más antigua de cuantas pueblan este dichoso mundo de seres materialistas.
Cuando el autor de este cuadro, Daniel Ángel, representó "La creación del Presidente" hizo a Marce Linó totalmente desnudo. Pero un Papa, de origen ruso, llamado, si no recuerdo mal, Prudescu, hizo tapar las partes más íntimas de nuestro tan afamado presidente con una hoja de vid. Actualmente, está pintado al óleo sobre el techo del local de IAR acompañado de otras pinturas bíblicas de origen y fecha desconocido.
Es sabido que el Creador, el Dios Juan, aún vaga por los senderos entonando canciones, llevando a perdidos senderistas a las cumbres más altas para apreciar un banco de niebla y, así, enseñarles que, el senderismo amigos míos, no es andar o caminar, no es ir por venir, ni venir por ir, sino que, con el tiempo, se ha ido convirtiendo en lo que hoy conocemos: un espíritu, un alma ajena que recorre nuestras venas y nos da un sentimiento único, de amor por la naturaleza, de compañerismo y de ayuda, de cariño y compresión hacia los demás. Eso creó el Dios Juan, no sólo a nuestro presidente en un tiempo lejano, sino también un sentimiento el profundo sentimiento llamado Sentimiento IAR, abstracto e irreconocible visualmente pero con un poder sobrecogedor para aquel que lo posee.
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